Estamos aquí: un punto azul pálido.
La sonda se encontraba muy lejos de casa. Pensé que sería
una buena idea que justo después de Saturno, hiciéramos que diera un último
vistazo a casa. Desde Saturno, la Tierra aparecería demasiado pequeña como para
que la Voyager captara algún detalle; nuestro planeta aparecería solo, como un
simple punto de luz de nada más un píxel, difícil sería distinguirla de los
otros puntos que la Voyager vería: planetas cercanos, lejanos soles, pero precisamente debido a la insignificancia revelada de nuestro mundo, valdría la
pena sacar una foto así. Es bien sabido por los científicos y filósofos
antiguos que la Tierra es un simple punto en la mitad del inmenso cosmos, pero
nadie la había visto nunca así. Esta era nuestra primera oportunidad, y tal vez
única en décadas.
Así que... aquí esta. Un mosaico de cuadrados esparcidos
sobre los planetas, con un puñado de lejanas estrellas en el fondo debido al
reflejo de la luz del sol sobre la sonda. La Tierra parece estar sobre un haz
de luz como si se tratase de un mundo con una especial significación... pero es
sólo un accidente geométrico y óptico. En esta imagen no hay señal alguna de
seres humanos, nada de nuestro trabajo sobre la superficie, ni de nuestras
máquinas, ni de nosotros mismos.
Desde este punto de vista, no hay evidencia de nuestra
obsesión nacionalista, somos demasiado pequeños. En la escala de los mundos,
los seres humanos somos insignificantes, una fina capa de vida, en un oscuro y
solitario trozo de roca y metal.
Consideremos nuevamente este punto, esto que está aquí es
nuestro hogar, somos nosotros; en él están todos los que amamos, todo aquel que
conocemos, todos de quienes has oído hablar y todo ser humano, quien quiera que
haya sido, que ha vivido su vida. El conjunto de nuestra alegría y sufrimiento,
miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y cada
recolector; cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada
rey y plebeyo; cada pareja de enamorados, cada madre y padre, niños con
esperanza, inventores y exploradores, cada formador de moral, cada político
corrupto, cada "superestrella", cada líder supremo, cada santo y
pecador de la historia de nuestra especie... vivió allí, en una mota de polvo
suspendida en un rayo de sol.
La Tierra no es más que un pequeñísimo grano que forma
parte de una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por
cientos de generales y emperadores, para conseguir la gloria y ser los amos
momentáneos de una fracción de un punto.
Piensa en las crueles visitas sin fin que los habitantes
de una esquina de este píxel hiciera contra los ni siquiera distinguibles
habitantes de alguna otra esquina, la frecuencia de sus malentendidos, la
impaciencia por matarse unos a otros, la generación ferviente de odios,
nuestras posturas, nuestra presunción imaginada, la falsa ilusión que tenemos
de tener un lugar privilegiado en el universo, son desafiadas por este pálido
punto de luz.
Nuestro planeta es una mota solitaria en la inmensa
oscuridad cósmica, en toda esta inmensa oscuridad, en esta gran vastedad no hay
ningún indicio de que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros
mismos.
La Tierra es el único mundo conocido hasta el momento
capaz de albergar vida, no existe otro lugar al menos en el futuro cercano, al
cual nuestra especie pueda migrar... ¿visitar? sí... ¿establecerse? aún no. Nos
guste o no, por el momento, la Tierra es el lugar en donde estamos. Se ha dicho
que la astronomía es una experiencia constructora de carácter y humildad. Quizá
no exista mayor demostración de la locura de la presunción humana que esta
distante imagen de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra
responsabilidad de compartir más amablemente los unos con los otros, para
preservar y cuidar ese puntito azul pálido. El único hogar.
Carl Sagan
1934 - 1996